Era una joven muy guapa
de una familia muy rica,
que el novio la había dejado
cuando vio que estaba en cinta.
Cuando el padre se enteró
en el caso que se hallaba,
propuso darle la muerte
y la arrojaron de casa.
Con mucha satisfacción
se fue casa su madrina,
lo cual, que la recibió
como si fuera una hija.
Allí, nada le faltaba,
de noche y día llorando,
pensando en el porvenir
que se le estaba acercando.
A los tres días tuvo un niño
que era más rubio que el sol,
no lo habían bautizado
para protejer su honor.
Ella quedó en escribirle
una postal a su novio,
que se vieran los dos solos
en un sitio ocultado.
Con la sonrisa en los labios,
diciendo: Carmen soy yo,
acércate aquí y veras
el fruto de nuestro amor.
Don Pedro cogió a su niño
dándole besos y abrazos:
válgame Dios de los cielos
que desgraciado este niño.
Don Pedro, no digas eso,
no maldigas a tu hijo,
acuérdate de la hora
y el juramento que hicimos.
Los acuerdos que tuvimos
todos han salido vanos,
tu te marchas con tu hijo
y yo me lavo las manos.
Carmela cogió un revolver,
se avanzó y le pegó un tiro,
don Pedro calló en el suelo
y ella se fue con su hijo.
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