En los campos de Carmona
donde va el agua a Sevilla,
por un senderito angosto
una romera camina
con el rosario en la mano
porque rezándole iba;
no le rezaba en romance,
porque en latín lo sabía.
Ya, le ha cogido la noche
en una oscura montiña;
se ha arrimado a un arbolito,
el que mejor parecía.
Vió pasar un caballero
que para el país venía.
- ¿A dónde vas caballero
tan solo y sin compañía?
- ¿A dónde quiere ir la blanca,
si a las ancas o a la silla?
- A las ancas, caballero,
que a la silla es villanía.
Han andado siete leguas;
palabras no se decían.
De las siete hasta las ocho
de amores se pretendían.
- Soy hija del rey Mulato
y la reina Mulatina.
El que conmigo se case
Mulato se llamaría.
Esto que oyó el caballero,
fue en caballo a la deriva.
Mucho corría el caballero,
mucho más corría la niña.
A la entrada del país
la niña se sonreía.
- ¿De qué te ríes, Mulata?
¿De qué te ríes, Mulatina?
- Me río del caballero;
también de su cobardía.
Hija soy del rey de España
y de la reina María.
- Volvamos atrás, la blanca;
volvamos atrás, la niña,
que en la fuente que bebimos
mi espada se quedaría,
- Miente, miente el caballero,
que se la veo ceñida.
Una tengo para fiestas,
y otra para cada día.
- Nunca he visto caballero
con dos espadas ceñidas.
- Tampoco yo he visto niña
con mayores picardías.
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